Nohién. El hijo wichí de la música

Nohién. El hijo wichí de la música, es una exposición que se realizó en MAC (Museo de Arte Contemporáneo de Salta) en torno a la figura de Nohién, magnífico músico wichi. Diferentes artistas toman su figura como inspiración y las traslucen multiplicada en diferentes obras. Son acompañadas con textos de Silvia Barrios, extraídos del libro “Nohién. Los caballos de la eternidad” realizado junto con el fotógrafo Argamonte.

Slide show con la selección de fotos de la muestra

Link a inauguración de la muestra

https://www.youtube.com/watch?v=UMuDEDAHKcI

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(texto del libro y muestra Nohién. Los caballos de la eternidad en el Museo de Arte

Contemporáneo (MAC) de Salta, en el marco de la muestra Nohién, el Hijo wichí de la Música)
Nohién. Los Caballos de la Eternidad

En un pura sangre negro, pelaje de chisperío, la Muerte cabalga llevando al Hijo de la Música, al Padre de los Pájaros del Río de los Pájaros, el Pilcomayo. Nohién va erguido, altivo, rasgando el velo que cubre el país de los Ahát, de las sombras, con el último violín de boca, hecho con la cola del caballo negro de su propia Muerte.
Atraviesa todos los países, atraviesa todos los abismos.
Nohién habitó la región Donde se Rompen los Mundos, allí, en el País de los Indios Actuales, el que limita con el País de los Carentes, el que está atrás del País de los que Tienen y al sur del País de los que Olvidan. El que está en la desembocadura del Río de los Indios Históricos, al lado del Barranco de los Ignorantes.

Sobre el País de los Indios Actuales, los otros lanzan la flecha de la indiferencia.

Sobre cada uno de estos países los otros sospechan, suponen, sostienen, soslayan…

He visto que en el País de los Indios Actuales, el cuerpo de los muertos se lleva en carretilla, a pulso o en la camioneta de algún amigo, de ésos que para estar, atraviesan hasta el inmenso País del Olvido. He visto en el País de los Indios Actuales al cuerpo de los muertos esperar familiares o amigos el tiempo que sea, sin turno de entierro. He visto a esos cuerpos, dejarse depositar en cementerios gratuitos, cementerios de indios, a campo abierto. He visto al cuidador vocacional de un cementerio, clamar por una carretilla, por una cruz y a los sepultureros vocacionales, por una pala, por un reconocimiento a tanta palada. No he visto en el País de los Indios Actuales una necrológica de sus habitantes, una mención en los obituarios. Sí alguna vez una noticia en policiales.

Ahí, en la región Donde se Rompen los Mundos, donde la Muerte es una orquídea y la Vida una pregunta, habitó, habita Nohién, el Hijo de la Música, el que Engendró los Pájaros con su garganta, el que Desafía al Tiempo y al Agua para el Molino de los que tienen molino.
Vivió ahí, donde el universo de la miseria y el descalabro, malogra talentos y esperanzas y ahí mantuvo el más alto sonido, la voz más diáfana del Pueblo Wichi.

Se llevó su cosmos colosal, ése en que los prejuicios y el silencio forzado se hacen trizas. O tal vez, si nos animamos a descubrirlo, lo dejó para siempre en su música.
En un caballo blanco refulgente, herraduras de diamante, galope derecho hacia el Alba, cabalga la Vida. En su camino desde la Noche, se cruza con un caballo negro.

Reluciente de oscuridad, orgulloso, lleva enhorquetada una mujer que sólo tiene sentidos para su amante… el indio bellísimo que la enamora con su voz, con su cuerpo, con un violín resonando en la boca: violincito encantado, latáj chass woléy, aquel hecho de palo mataco y la cola del caballo de su propia Muerte.

Se cruzan los caballos, cabalgan hacia atrás, giran en círculo, se rozan en un remolino. Todos se cruzan las miradas. Respiran el aliento de los otros. Beben de su saliva.
La Vida mira largamente al Hombre remontando el tiempo de sus amores con él, amores muchas veces incomprensibles; lo saluda con el beso más puro de su alma y en su camino inexorable parte hacia El Amanecer.

Ella sabe que hace tiempo ha sido transformada y que nunca volverá a ser la de antes: Nohién la ha habitado, la música de Nohién, en su caricia, queda habitándola para siempre.
Silvia Barrios, Tartagal, Salta, junio de 2010.

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