Nohien. Los caballos de la eternidad

En un pura sangre negro, pelaje de chisperío, la Muerte cabalga llevando al Hijo de la Música , al Padre de los Pájaros del Río de los Pájaros, el Pilcomayo. Nohién va erguido, altivo, rasgando el velo que cubre el país de los Ahát, de las sombras, con el último violín de boca, hecho con la cola del caballo negro de su propia Muerte. Atraviesa todos los países, atraviesa todos los abismos.

Nohien: Un verdadero hombre del monte

Sobre el País de Los Indios Actuales, los otros lanzan la flecha de la indiferencia. Sobre cada uno de estos países los otros sospechan, suponen, sostienen, soslayan… He visto que en el País de los Indios Actuales, el cuerpo de los muertos se lleva en carretilla, a pulso o en la camioneta de algún amigo, de ésos que para estar, atraviesan hasta el inmenso País del Olvido. He visto en el País de los Indios Actuales al cuerpo de los muertos esperar familiares o amigos el tiempo que sea, sin turno de entierro. He visto a esos cuerpos, dejarse depositar en cementerios gratuitos, cementerios de indios, a campo abierto o con insólitas llaves que se pierden, llaves para que no aniden en campo santo los ebrios y los chanchos. Cementerios poblados por ilustres fundadores extranjeros muertos y falsas o auténticas yararás vivas. He visto en el País de los Indios Actuales al cuidador vocacional de un cementerio, clamar por una carretilla, por una cruz y a los sepultureros vocacionales, por una pala, por un reconocimiento a tanta palada. No he visto en el País de los Indios Actuales una necrológica de sus habitantes, una mención en los obituarios. Sí alguna vez una noticia en policiales.

Ahí, en la región Donde se Rompen los Mundos, donde la Muerte es una orquídea y la Vida una pregunta, habitó, habita Nohién, el Hijo de la Música , el que Engendró los Pájaros con su garganta, el que Desafía al Tiempo y al Agua para el Molino de los que tienen molino. Vivió ahí, donde el universo de la miseria y el descalabro, malogra talentos y esperanzas y ahí mantuvo el más alto sonido, la voz más diáfana del Pueblo Wichi. Se marchó pudiendo haber aceptado la invitación como figura principal que junto a quién cuenta, a Federico Aguilar y los Wichi Matacos del Pilcomayo le había cursado el Teatro Maxim Gorki de Berlín para Agosto. Se fue antes de ser música en la Feria del Libro de Frankfurt, la más grande del mundo, en cuyo marco está programado para Octubre.

Mataco, como les dicen muchos, como se decía él mismo en los comienzos de Argentina Indígena hace 23 años, hizo lo que ningún mataco antes, lo que ninguno después … (no habrá ninguno igual… no habrá ninguno… como reza la canción de Manzi) y anduvo por Europas y Américas, por esporádicos Teatros (hasta el mismo Teatro Colón de Buenos Aires) y asombrados festivales (hasta el mismo Cosquín en horario central) No anduvo por presentaciones frecuentes ni por peñas y comedores, ya que él, que comía salteado, creía que la música es para públicos que no se distraen en comer... Pero eso no es nada. Anduvo con su alegría, sin dolor ni resentimiento, por la inocencia, por la ignorancia del país que le dio el documento cerca de los doce años y el certificado de defunción el 10 de junio de 2010, a los sesenta y pico, en Sachapera, cerca de Tartagal, en Salta. No se dejó empañar por el tiempo, la tuberculosis, por las cloacas abiertas de al lado, ni por las farras… la música no salía de su cuerpo, partía de su ohnusék el lugar ¨donde brotan los ánimos, donde se asienta el pensamiento¨ . Se hizo respetar por públicos conocedores y por desinformados. Se hizo desear por escuchadores de multitud de idiomas, se metió en el corazón de multitud de amigos a los que las noticias de allí, Donde se Rompen los Mundos, no llegan a tiempo.

Se llevó su cosmos colosal, ése en que los prejuicios y el silencio forzado se hacen trizas. O tal vez, si nos animamos a descubrirlo, lo dejó para siempre en su música. Alternativamente consejero, predicador de Dios y huésped de los demonios por recuperar el Canto de los Antiguos, según cree tanta gente de Dios, Nohién se hizo ecuménico, amigo de la Luz y la Sombra para toda la eternidad, el día de su partida. Consiguió un mejor entierro por cantor, convocó un puñadito de gente de distintas filiaciones por limpias trayectorias alternadas: ¿hay mundos de luces y de sombras inmutables o irreconciliables?

En un caballo blanco refulgente, herraduras de diamante, galope derecho hacia el Alba, cabalga la Vida. En su camino desde la Noche, se cruza con un caballo negro. Reluciente de oscuridad, orgulloso, lleva enhorquetada una mujer que sólo tiene sentidos para su amante… el indio bellísimo que la enamora con su voz, con su cuerpo, con un violín resonando en la boca: violincito encantado, hecho de palo mataco y la cola del caballo de su propia muerte. Un violín que los wichí llaman latáj chass woléy. Se cruzan los caballos, cabalgan hacia atrás, giran en círculo, se rozan en un remolino. Todos se cruzan las miradas. Respiran el aliento de los otros. Beben de su saliva.

La Vida mira largamente al Hombre remontando el tiempo de sus amores con él, amores muchas veces incomprensibles; lo saluda con el beso más puro de su alma y en su camino inexorable parte hacia El Amanecer. Ella sabe que hace tiempo ha sido transformada y que nunca volverá a ser la de antes: Nohién la ha habitado, la música de Nohién, en su caricia, queda habitándola para siempre.

Con un abrazote
Silvia Barrios
Tartagal-Salta. Junio de 2010

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